Imagen: CAAAP
Santiago Manuin nació en Kuit, quebrada de Domingusa en 1957. Murió, afectado por la Covid-19, en un hospital de Chiclayo el 1 de julio de 2020. Su familia, el pueblo awajun¸ y todos sus amigos lloramos hoy su partida. Hemos perdido una referencia importante en nuestras vidas. Santiago fue un pamuk, alguien que ha alcanzado la visión espiritual; una persona capaz de guiar a otros porque su autoridad ha sido probada a lo largo de toda una vida de servicio honesto. El pamuk no nace, se hace. Santiago abrazó la vida y dejó que Ajutap, a través de su pueblo, le moldeara hasta hacerle un maestro, un servidor de todos. Resumo su camino en tres etapas de su vida adulta.
Santiago Manuin fue elegido presidente del Consejo Aguaruna Huambisa (CAH) en 1991. El CAH era la gran organización indígena de los pueblos awajun y wampis. Esa elección inaugura una etapa de 15 años de intensa actividad social y política. Conocí a Santiago en octubre de 1991 en Santa María de Nieva y trabajé con él durante dos años. En mi primer encuentro quedé impresionado. Se habían propuesto frenar el avance de los grupos armados (MRTA y Sendero Luminoso) y de los narcotraficantes para mantener la integridad de su territorio y defender a su gente. Su lucha le había llevado a estar amenazado y tener que dormir cada día en un lugar diferente. Sus recomendaciones en ese primer momento me marcaron: vienes aquí a ayudarnos, pero nosotros dirigimos; aporta lo que puedas de igual a igual; sé consciente de que sabes poco de nuestra vida y de la selva; pregúntanos, aprende de nosotros y no hagas juicios rápidos. Santiago en ese momento era un titán, así le llamaban sus compañeros. Su fortaleza física, su valentía, su capacidad para las relaciones sociales, su perspicacia para entender las dinámicas políticas, su alegría, y su sentido de servicio eran extraordinarios. Nadie aguantaba su ritmo: viajes interminables por los ríos del Alto Marañón, durmiendo en cualquier sitio y comiendo lo que le daban. Años frenéticos dónde conoció en profundidad la realidad de su pueblo y se dio a conocer como un líder confiable. Esa entrega tuvo para Santiago un coste doloroso de desatención a su familia y desorden vital.
El 2005 fue un año de dolor y de cambio. Su primera mujer, Angélica, falleció en el parto de una hijita que también murió. Santiago estaba de viaje y se sintió culpable por su ausencia y por su falta de atención. Se detuvo a replantear su vida. Me encontré con él en agosto de ese año. Seguía siendo un titán, pero más sensible y vulnerable. Soñaba que tenía en brazos a su hijita, le pedía perdón y quería que le ayudara a ser mejor. Impresiona mucho ver a un titán llorar. Lloramos los dos. En los años siguientes volvió a conectarse con la experiencia espiritual de su pueblo y a trabajar con otros compañeros en la formación de líderes políticos y espirituales. También fue un tiempo de recuperar la relación con sus hijos y de construir, junto a Justina, una gran familia. Potenció su capacidad de escuchar y acompañar. Su casa se convirtió en un lugar de encuentro donde los líderes iban a conversar y buscar consejo. No es extraño que, en 2008, cuando comenzaron los conflictos con las empresas mineras y petroleras, y con el Gobierno de Alan García, Santiago fuera elegido presidente del Comité encargado de organizar las movilizaciones contra los decretos que facilitaban la venta de los territorios indígenas.
La tercera etapa comenzó el 5 de junio de 2009 en la Curva del Diablo, cerca de Bagua. Ese día, la intervención de la policía frente a un grupo de indígenas awajun y wampis que llevaban más de un mes protestando, desencadenó una matanza. Santiago se puso al frente, manos en alto, para tratar de parar los disparos. Varias balas le atravesaron el abdomen dejándolo malherido. Me encontré con él en el hospital en Chiclayo. Estaba dolorido física y moralmente. No entendía que el gobierno hubiera ordenado disparar contra ellos. Sin embargo, sus energías estaban ya puestas en el futuro, en la reconciliación, en mantener unido al pueblo y formar a los jóvenes. Las secuelas de las balas y la persecución judicial a que fueron sometidos los dirigentes indígenas hicieron mella en la salud de Santiago. A partir de entonces poco quedó del portento físico que había sido. Sin embargo, ganó profundidad y fortaleció su experiencia espiritual. Su comportamiento heroico y su talante dialogante potenciaron su autoridad. Llegaron los reconocimientos públicos y los premios. Siguió trabajando por su pueblo como consejero regional de Amazonas y en la formación de líderes y jóvenes. Todo desde su humilde casa en mitad de la selva. Su entrega generosa, a pesar de una salud cada vez más frágil, purificó el tesoro de su corazón, dejando al desnudo un poso de sabiduría y una voluntad de servicio insobornable. Abrazó la vida con pasión y respondió con lealtad a lo que la vida le fue pidiendo. Buscó el diálogo, pero no huyó en el conflicto. Se fue entregando sin esconderse ni reservarse. No acumuló riquezas ni buscó el reconocimiento fácil.
Santiago siguió ayer su camino al encuentro de Ajutap, en el que confió su vida. Abrazó a su hijita y a todos los que nos precedieron. Vive en el Espíritu que alienta la vida de su pueblo y sostiene la selva que amó y defendió. Deja una gran familia y un legado de sabiduría, entrega y honestidad. Para sus amigos y las organizaciones que inspiró, su vida es una invitación a cultivar un “corazón responsable”, que se inquieta y responde ante las necesidades.
Santiago, soñaremos contigo para que nos hagas mejores: noche de luna y pesca, alrededor del fuego, masato, risas y una tierra compartida sin que nadie quiera apropiársela para hacer negocio.
Javier Arellano Yanguas